miércoles, 31 de agosto de 2016

La depresión y el ojo público


La lucha por ser feliz mientras se llora

La primera vez que recuerdo haber tomado consciencia de mi depresión, estaba sentada en mi cama mirando la pared celeste de mi cuarto. No había una razón en particular, pero recuerdo haber hecho todo un recorrido de las posibilidades y formas de acabar con mi vida. Tenía 12 años.


Mi vida ha sido una lucha desde entonces
 
 Hoy el despertador sonó a las 5:00am, 1e robé 10 minutos al día y finalmente a eso de las 5:15 me estaba bañando. El día de hoy es uno agitado; me toca ser la maestra de ceremonias para un evento de 250 personas, salir en hora pico a hacer un programa de radio y en la noche debo ver a Rocío para hacer planes para un viaje. Hace unos minutos me descubrí; entre expositor y expositor; contemplando la posibilidad de acabar con mi vida, analizando posibilidades, lugares y pensando en cómo hacerle el menor daño posible a mi hija... como si eso fuera posible.


La depresión no se resuelve "buscando algo que hacer".


Entendí eso de vivir un día a la vez solo cuando me tocó enfrentarme con esta enfermedad; porque sino resuelvo hoy, sino me encargo de mantenerme a flote hoy el mañana simplemente no va a llegar. Debo sobrevivir hoy. Mañana me encargaré de mañana...



En mi caso, la cara de la depresión no es la de una mujer sumida en sus cobijas comiendo helado de chocolate y dejándose ir entre sollozos. Para mi, la depresión canta, tiene una voz fuerte y potente, sale con sus amigos y hasta les da consejos. La depresión para mi sonríe, es el alma de la fiesta, sale en televisión y tiene un programa de radio en el que le dice a la gente que no se dejen estresar por las tribulaciones del día o por el terrible tráfico en las calles. En mi caso, la depresión ataca en momentos inesperados y poco tradicionales... llora de camino a una reunión o entre cita y cita. La depresión me sigue a los conciertos y se esconde en los camerinos. Se despierta conmigo los domingos en la mañana, me persigue cuando corro. Me consume en sueños a media noche.




Mis  "grupos de apoyo"

Cuando tomé consciencia de que esta compañera silenciosa me acompaña le dije a mi mamá; ella me dijo que yo era muy fuerte y me compró un helado. No la culpo, la gente no sabe reaccionar ante las enfermedades mentales, nos han dicho que los locos están en el siquiátrico y usan camisas de fuerza, nunca nos dijeron que también están enfermos los que lloran sin razón aparente.


La depresión se lleva por dentro.  


Tengo mil razones para ser feliz

Fui a la Iglesia, alguien me dijo que era falta de Dios, así que decidí buscarlo, le conversé, le expliqué, nos conocimos y la sensación no desapareció. Entonces me enojé y salí corriendo porque si ni Dios podía hacerme sentir mejor ya no habría salvación para mi. Algunos me preguntaron en qué podían ayudar, yo supe que se sentían culpables, que pensaban que la depresión estaba afuera, en la calle, en el entorno y que por lo tanto algo que ellos hicieran o no podía hacer que desapareciera... aún no entendían.  


A los 17 me corté por primera vez... nadie lo notó. 
Las heridas externas sanaron por si solas, pero las internas siguen sangrantes.


No he guardado silencio, lo he dicho y he pedido ayuda, pero mi tono de voz, mi personalidad o quizás mi trabajo y mi forma de ser no encajan en el formato de alguien con depresión. No faltará quien me mande a buscar algo que hacer o me diga, "Sea lo que sea va a pasar, usted es muy fuerte", pero es que no es nada... o es todo, qué se yo. Solo estoy triste constantemente y no sé porqué. Eso es la depresión.



A los 24 hice mi primer intento real de quitarme la vida. No sabía cómo, solo me tomé lo primero que encontré y las casi 50 pastillas de acetaminofén me despedazaron el hígado y me obligaron a pasar las 2 semanas más tristes de mi vida en el hospital. Pero sobreviví.



Mi mamá dice que es porque soy muy apasionada. 
Cuando llegué a la sala de emergencias con síntomas de autointoxicación, la enfermera me vio las muñecas y las vio cicatrizadas, me miró con ojos de desilusión, como si estuviera defraudándola a ella y a Dios por no querer vivir y le dijo al doctor... -Doc, ésta tiene las muñecas cortadas, es un intento de autoeliminación-. Nunca más me miró a los ojos de nuevo.


A las 2 semanas finalmente llegó el siquiatra a la consulta del hospital, hablaba tan lento que parecía que él mismo estaba medicado. Me preguntó que hacía ahí; y yo sin titubear le dije que me dio una migraña que no se me quitó con las primeras dosis de pastillas, y al ver que el dolor no mermaba me desesperé y consumí una alta dosis en 36 horas, cuando le realidad era que me las tomé de un sorbo con un trago de guaro Cacique.. él no me lo cuestionó. Me dio de alta.



Salí del hospital justo a tiempo para irme de viaje y salir en la portada de un periódico nacional. No tengo tiempo de sufrir mis pérdidas o llorar mis fantasmas. Debo sonreír y cantar.



Él también me dijo  que soy muy apasionada...
lo dijo entre dientes justo antes de salir por la puerta y no regresar. 


Me tomó una crisis nerviosa, escuchar risas burlonas, soportar comentarios negativos, aguantarme dolorosos ataques para entender que esto no es mejor ni diferente a una diabetes, es una enfermedad que requiere tratamiento de por vida. De por vida debo luchar con este deseo de acabar con todo, de por vida debo abrir los ojos y luchar conmigo misma y no permitirle a mi mente que me gane la batalla.



Es como un duelo a muerte en el que se enfrenta mi mente contra mi corazón. Yo no quiero morir, quiero ver a mi hija crecer, quiero abrazarla y acompañarla en todos los momentos de su vida. Yo no soy malagradecida, sé que Dios me bendijo con muchos talentos, oportunidades y cosas por las cuales estar feliz; No quiero morir... el problema es que tampoco quiero vivir.


Todo lo hago desde el alma, amar, sufrir, cantar.
Lo bueno es que no todo está perdido, hoy mi experiencia sirve para ayudar a un ser querido con el que comparto esta enfermedad. Hoy entiendo que el desbalance no es culpa mía, ni de los otros, ni de Dios. Hoy me medico, voy a terapia, hablo, escribo, medito, me concentro en respirar. Solo así, segundo a segundo,  podré vivir hasta mañana.

No prometo lograrlo, pero prometo intentarlo, o morir en el intento.